lunes, 25 de febrero de 2008

LAS IDEAS DETERMINANTES

1. La idea inspiradora.

Para empezar a contar una historia, partimos de algo que nos hace reflexionar sobre la vida y su sentido y, por alguna razón, estas reflexiones nos parecen tan interesantes que queremos compartirlas con los demás. Sin embargo, la idea originaria que dispara nuestra imaginación a veces no tiene mucho que ver con el resultado final de la narración. Su función es simplemente despertar lo que está oculto en el interior del autor: sus sentimientos, sus opiniones, sus convicciones e incluso sus obsesiones. Por esa razón, a esta primera idea que determina qué vamos a contar se la llama idea inspiradora.

La idea inspiradora puede ser cualquier cosa que sugiera algo a un escritor. Puede ser que la idea que llama la atención de un escritor a otro no le diga nada, pero también es cierto que una misma idea puede dar lugar a multitud de historias, tantas como escritores se inspiren en ella. Toda idea ofrece multitud de posibilidades narrativas y de entre todas ellas cada uno de los escritores escogerá las más significativas de acuerdo con su experiencia e idiosincrasia.

Imaginemos un hecho que puede servir de idea inspiradora para dos escritores de características opuestas, a los que llamaremos A y B: En una guerra cualquiera un batallón de soldados ha conseguido defender un puesto avanzado en inferioridad de condiciones hasta que llegó el resto de su ejército, cuando sólo quedaba un puñado de supervivientes. El escritor A, militarista convencido, que hace suyas las palabras “si vis pacem, para bellum”, la elige porque está impresionado por el valor demostrado por los resistentes. El escritor B, pacifista militante y lleno de fe en la bondad intrínseca de la naturaleza humana, porque está horrorizado por la muerte de tantos hombres. Tanto el uno como el otro, aunque por razones distintas, empezaran a darle vueltas a misma la idea: ¿Qué lleva a un hombre a luchar hasta la muerte?


De acuerdo con su concepción de la guerra, el escritor A basará sus reflexiones sobre la importancia estratégica de la posición y, como resultado, elegirá como protagonista al oficial que intenta mantener la disciplina y la cohesión entre los hombres a su mando, al que se imaginará como un sensato cabeza de familia dispuesto a sacrificar su vida con tal de salvaguardar la seguridad de los suyos, de forma que quizá llegue a la conclusión de que la guerra significa la muerte de muchos hombres buenos. El escritor B, en cambio, estará más interesado en las condiciones de vida de los combatientes y probablemente elegirá a un joven soldado bisoño, soportando los rigores del clima y de la escasez, enfrentado a la brutalidad del enemigo e incluso de sus propios camaradas, al que únicamente le sostiene el deseo de volver junto a la chica de la que está enamorado. Puestas las cosas así, quizá la historia muestre que en la guerra hay que elegir entre morir o matar.

¿Cuál de las dos versiones se ajusta más a lo que pasó en realidad? Pues seguramente ninguna de ellas, pero probablemente en las dos haya algo de verdad. Los soldados son hombres como los demás y entre ellos también hay padres de familia y jóvenes enamorados. Pero eso es indiferente. No estamos haciendo historia Lo importante, a efectos literarios, es que una misma anécdota real puede dar lugar a dos o más historias ficticias completamente diferentes. Y que, aún partiendo de sus propios parámetros, un autor militarista puede terminar hablando del horror de la guerra y un autor pacifista, de la ferocidad implícita en el instinto de supervivencia.

2. Los valores narrativos.

A medida que desarrolla la idea original, cada escritor recoge documentación, imagina anécdotas que recrean determinadas situaciones, coloca en ellas a personajes a los que ha dotado de un carácter que considera representativo e imagina sus reacciones, haciendo avanzar el curso de la historia. De esta forma, el mundo ficticio de la narración crece, los distintos acontecimientos se enlazan entre sí y la historia se construye a sí misma, hasta llegar al momento crucial de toda narración: el desenlace, ese cambio último que completa la historia.

El cambio final del personaje protagonista es uno de los elementos esenciales de toda historia. Este cambio es el inevitable producto de las decisiones que haya adoptado al enfrentarse con las fuerzas adversas en su viaje en busca del objeto que restaurará su equilibrio perdido. Independientemente de que este cambio sea para bien o para mal, sea material o espiritual, lo lleve a la madurez o a la locura, al final de la narración el personaje debe ser distinto a como era en un principio.

El cambio sufrido por el protagonista no consiste en meras modificaciones de su apariencia o de sus circunstancias personales, sino a un cambio significativo en la orientación de su vida, es decir, a un cambio expresado en relación con algún valor narrativo. Pero, cuidado: no estamos hablando de civismo o moralidad, y mucho menos de precio o de intrepidez, sino de condiciones o situaciones presentes en la vida del personaje que, en un momento dado, pueden cambiar a su contrario.

Los valores narrativos, en palabras de Robert McKee, son las cualidades universales de la experiencia humana que pueden cambiar de positivo a negativo o de negativo a positivo de un momento a otro, como, por ejemplo, vivo/muerto, amor/odio, verdad/mentira, y en general, todas esos conceptos o atributos que se pueden emparejar con su opuesto. Podrían ser morales (bueno/malo), éticos (bien/mal), religiosos (virtud/pecado), mundanos (elegancia/vulgaridad), sociales (tolerancia/intransigencia), cívicos (honradez/corrupción), médicos (salud/enfermedad), o de cualquier otra clase. Lo importante es que el paso de uno a otro produzca un cambio de positivo a negativo, o de negativo a positivo, en la vida del personaje.

De hecho, toda narración está compuesta de múltiples cambios, de tal forma que si analizamos la situación inicial de un personaje al principio de la historia y la comparamos con la situación final, deberíamos encontrar el arco de la historia, el gran abanico de cambios que lo han llevado gradualmente desde una a otra situación.

Ya sea de episodio en episodio, capítulo a capítulo o párrafo a párrafo, el autor va cambiando diferentes aspectos del personaje. Al principio, esos cambios son pequeños y podrían ser reversibles; a medida que avanza la acción, crecen en importancia hasta que, al llegar al final, o clímax narrativo, se produce un cambio completo e irreversible. Una vez hayamos descubierto el de nuestra historia, que no siempre es el que esperábamos, podremos dejar a un lado la brújula y empezar a dibujar el mapa de nuestra historia.




3. La idea controladora.

Aunque la adopción de un nuevo método de trabajo supone un gran avance, a menudo resulta descorazonadora porque implica que debemos empezar de nuevo. Para entonces, lo normal es haber escrito ya montones de páginas, en las que hemos empleado horas y horas, y ante la vista de tanto material, muchas veces inconexo, el lógico cansancio puede llegar a producirnos una sensación de mareo tal que llegamos a pensar que no somos capaces de hacernos con la historia. Sin embargo, si hemos tenido la voluntad y la constancia de seguirla hasta el final, en cuanto empecemos a hacer el mapa veremos que esto no es así. La historia está ahí. Simplemente, necesitamos ponerla en orden.

Volvamos, pues, al principio. Y en el principio está la idea. Pero no la idea inspiradora que habíamos seguido hasta este momento, sino de lo que McKee llama la idea controladora: una frase clara y coherente que exprese el significado último de la historia.

La función de la idea inspiradora, ese algo indeterminado que nos llama la atención y que despierta en nosotros el deseo de crear una historia, es la de poner en marcha la narración y seguir su evolución permitiéndonos descubrir todas sus implicaciones; debemos seguirla siempre que contribuya al crecimiento de la historia, pero si vemos que a medida que esta crece se aparta de la premisa original, más vale abandonarla.

Por el contrario, la idea controladora que conseguimos cuando nuestra narración llega a su desenlace expresa el sentido último de la historia, que no es el que el escritor quiera darle, por mucho que haya nacido de su visión del mundo, sino el que está implícito en la historia misma. Es decir, que el significado de una historia no depende de la voluntad del escritor, sino de la propia historia.

La idea controladora de una historia ya terminada debe poder expresarse en una única frase que describa el cómo y el por qué cambia en la historia la vida del personaje central. Para obtenerla debemos “trabajar hacia atrás”, comparando el final de la narración con el principio. Eso nos permitirá distinguir con claridad los dos componentes esenciales de ese cambio: a) El principal valor de la vida del protagonista que ha cambiado de signo a lo largo de la historia; y b) la causa primordial que ha provocado ese cambio de valor. Es decir, valor y causa. La frase compuesta de estos dos elementos expresará el significado profundo de la historia. En otras palabras, la historia nos dará su propio significado.

La idea controladora constituye la forma más pura del significado narrativo: condensa la visión de la vida del autor en el mensaje último que transmite a los lectores y permite a éstos asimilarlo a sus vidas. De ahí que toda la narración esté supeditada a ella y en adelante debemos adoptar nuestras decisiones de forma que todos los elementos narrativos utilizados al contar la historia contribuyan a modelarla alrededor de esa idea central. Es decir, que ha llegado el momento de examinar todo ese material que tenemos acumulado, descartar todo aquello que no aporte nada a nuestra historia (por mucho que haya párrafos maravillosos) y quedarnos sólo con lo que conduzca a plasmar nuestra idea controladora.

Sólo si conseguimos que cada frase del diálogo y cada línea de descripción produzcan un cambio en un comportamiento o en una acción, o creen las condiciones que permitan que se produzca dicho cambio, de tal forma que todos esos cambios sumados conduzcan irremediablemente al gran cambio final, podremos estar seguros de que la historia expresará la emoción que queremos sugerir.