miércoles, 10 de octubre de 2007

LA HISTORIA




I. Vivir otras vidas

Nosotros, los cuentacuentos, pertenecemos a uno de los oficios más antiguos del mundo. En todas las culturas, desde los tiempos en que la tribu se reunía alrededor del fuego para oír a los ancianos o a los viajeros recién llegados, han existido siempre magníficos narradores capaces de embobarnos y trasladarnos a otro tiempo y lugar cuando nos cuentan sus historias, ya sean reales o inventadas. De esa forma, satisfacen esa necesidad de abstraernos de nuestra vida cotidiana que todos tenemos, porque muchas veces nuestra propia historia, de puro conocida, nos hastía, así que buscamos en la de otros la sal y la pimienta emocional que precisamos. Por eso, “el hombre es un animal narrativo, que necesita contar y que le cuenten historias” (Enrique Páez).

Algunos consideran que ese apetito de historias es un mero entretenimiento, una forma de evadirnos de nuestra realidad en lugar de vivirla hasta el fondo o cambiarla. Sin embargo, la función que cumplen las historias en nuestra mente es mucho más compleja:

El psicólogo Carl G. Jung notó que existe una extraña correspondencia entre las figuras que poblaban los sueños de sus pacientes y los arquetipos comunes a cualquier mitología (el joven héroe, el anciano o anciana sabios, el antagonista sombrío, etc.). Eso le hizo pensar que esos arquetipos son un reflejo de los diferentes aspectos de la mente humana, de tal suerte que nuestras personalidades se dividen y desdoblan en estos personajes. En definitiva, todos tenemos algo de héroe, de sabio, de malvado… Eso hace que al escuchar una historia nos sintamos reflejados.

Los personajes de cualquier historia responden a unas motivaciones universales inteligibles para todos: el deseo de ser amado, de tener éxito o riqueza, de obtener venganza, de sobrevivir o de ser libre. De manera que, cuando nos identificamos con un personaje, no lo hacemos por altruismo, compasión o simpatía. Lo hacemos porque relacionamos sus deseos con los nuestros. Subconscientemente, el lector piensa “este personaje es como yo, comprendo como se siente porque yo también siento o he sentido alguna vez la misma emoción que él. Por lo tanto, quiero que consiga lo que desea ya que, si yo estuviera en su lugar, querría lo mismo que quiere él”.

Este fenómeno (la capacidad del ser humano de ponerse en el lugar de otro y participar afectiva y emotivamente de la realidad ajena) se denomina empatía y es lo que despierta nuestro interés en oír historias. Gracias a la empatía, la historia se convierte en una metáfora de la vida (Robert McKee). Podemos aprender de las experiencias que nos están contando como si las hubiéramos vivido nosotros y así encontramos la manera de resolver nuestros problemas y un apoyo para nuestra propia superación personal. Por eso las historias son nuestro mejor aliado para comprender la pauta de la vida y dar sentido a la anarquía de la existencia.

II. El monomito

El antropólogo Joseph Campbell, que continúo con el estudio de los mitos, descubrió que todas las historias están compuestas por unos pocos elementos estructurales que encontramos en los mitos universales, los cuentos de hadas, las películas y los sueños.
Paralelamente, el erudito ruso Vladimir Propp, que realizó un estudio morfológico exhaustivo de cien cuentos de hadas pertenecientes al folklore ruso, identificó 31 puntos recurrentes, a los que denomino funciones, que creaban una estructura común a todas esas narraciones.

Estas investigaciones vinieron ratificar el viejo axioma, de que la literatura trata siempre de una única historia, la vieja historia del hombre y sus problemas, que se cuenta una y otra vez con infinitas variaciones, aunque todas ellas se ajustan, consciente o inconscientemente, a un patrón determinado: El monomito, la historia por excelencia que subyace en todas las historias que nos explicamos unos a otros desde el amanecer de la humanidad, desde los chistes más crudos más descarnados hasta las más altas cotas literarias

El monomito incide directamente en un mecanismo psicológico enraizado en el inconsciente colectivo de la especie humana. Sus variantes son tan infinitas como pueda serlo la especie humana, pero su forma básica permanece inalterada. En toda historia se repiten ciertos caracteres o energías presentes en los sueños y también en los mitos de todas las culturas: eso es lo hace que resulten válidos y verídicos desde una óptica psicológica, aunque nos presenten acontecimientos fantásticos, irreales o simplemente imposibles. Y la única forma de crear historias que conecten al lector contemporáneo con la fuente primigenia de sus emociones es conocer a fondo los elementos que componen ese patrón y su aplicación práctica a la literatura moderna, pues solo jugando con el mito, reinventándolo o dándole la vuelta suscitaremos la empatía del lector.

III. La esencia de la historia

Cuando analizamos el monomito nos damos cuenta de que, en el fondo, toda historia es una suerte de viaje. Puede tratarse de un viaje real con un destino claro y definido, atravesando un bosque o un laberinto, o de un viaje interior a través de la mente, el corazón o el espiritú. Lo importante es que el héroe (o protagonista) abandona su entorno cotidiano y se interna en un mundo extraño y plagado de desafíos con la intención de conseguir un objetivo. Por eso McKee lo denomina acertadamente la búsqueda.

Cuando empezamos a contar una historia partimos de una situación estable: su protagonista vive una vida más o menos equilibrada (lo que no quiere decir necesariamente que sea feliz, sino que tiene una rutina establecida). Entonces, de repente o de forma gradual, se produce un acontecimiento que altera de manera radical ese equilibrio, ya sea de forma negativa o positiva. Tanto puede ser que maten a su padre, que estalle una guerra y lo llamen al frente, que conozca una chica y se enamore o que le toque la lotería. Eso es igual. Lo importante es que se produzca una alteración de la rutina, un desequilibrio en la vida del personaje. Ese acontecimiento perturbador es lo que se conoce como conflicto literario.

El conflicto literario es el elemento clave de la historia, lo que la distingue de cualquier otro texto literario y lo que consigue captar el interés del lector. Porque una historia no es una mera sucesión de acontecimientos concatenados, ni siquiera aunque relaten como un personaje alcanza una meta. Porque si alguien quiere algo y simplemente lo consigue, podremos felicitar al personaje por su buena suerte o por su tesón y esfuerzo, pero no conseguiremos establecer la necesaria conexión empática entre el lector y el protagonista. Por muy bien narrada que esté, no sería más que la crónica de unos hechos, una información que podríamos considerar valiosa o no, pero para que nos identifiquemos con el personaje es necesario que haya algo que perturbe o se oponga a la consecución de esa meta y que obligue al protagonista a actuar, buscando soluciones y tomado decisiones. Como consecuencia de estas acciones, que nosotros podemos valorar, el personaje sufre cambios: pasa de la esperanza de la desesperación, del amor al odio, de la debilidad a la fortaleza. De esta forma crece y evoluciona, y nosotros lo hacemos con él. Eso es lo que nos atrapa en una historia.

La naturaleza del conflicto depende del contexto en que se desarrolle: En una historia de aventuras, el héroe podría salir en búsqueda de su hija secuestrada; en una de amor, podría intentar conocer a la vecina del piso de debajo de la que se ha enamorado al verla desnudarse a través de la ventana; en una de terror o ciencia ficción, podría ser el descubrimiento de una fórmula para una vacuna milagrosa o un combustible inagotable, y en una para niños pequeños, el primer día en el colegio o una visita al mercado. Eso da igual. Lo importante es que sea un acontecimiento concreto que desequilibre la vida del personaje obligándole a enfrentarse a una situación nueva o inquietante, y le provoque un deseo consciente y/o inconsciente de aquello que él cree que restaurará el equilibrio, por lo que se lanzará a la búsqueda de su objeto de deseo contra las fuerzas antagonistas (internas o externas) que intentan impedírselo.

Tal vez lo consiga o tal vez no. Eso es irrelevante. Lo importante es que creará preguntas en la mente del lector (explícitas o implícitas) y suscitará su interés por el desarrollo de la historia, en el que estas preguntas evolucionarán, cambiarán o se multiplicarán según las decisiones que adopte el protagonista, hasta hallar las respuestas en el desenlace.

IV. Las herramientas del escritor

Ese es, en esencia, el esquema de la búsqueda; en él podemos apreciar los elementos básicos que constituyen cualquier historia:

a) El conflicto conformará el planteamiento (I acto); las vicisitudes derivadas de las decisiones adoptadas por el personaje serían el nudo (II acto), y la respuesta a las preguntas planteadas en el conflicto, el desenlace (III acto), las tres partes clásicas de cualquier relato, novela u obra de teatro.

b) El personaje al que le ocurre el conflicto es el protagonista (el príncipe); el que personifica su deseo es el objeto (la princesa), y por último, el que representa las fuerzas antagonistas contra las que debe luchar, la sombra (el dragón). Es decir, la tríada de personajes imprescindible en cualquier relato.

c) El eje de la historia, su columna vertebral, está constituido por los hechos derivados del profundo deseo y los esfuerzos del protagonista por restaurar el equilibrio en su vida. Esta es la fuerza unificadora primaria que mantiene unidos el resto de los elementos narrativos. Porque no importa que ocurra en la historia, que ésta sea de indios y vaqueros o de las andanzas de un adolescente. Al final, cada acontecimiento, cada personaje y hasta cada palabra que escribamos deberá guardar una relación, causal o temática, con ese núcleo de deseo y acción.

Estas son las herramientas básicas de nuestro oficio, unas herramientas más antiguas que las propias pinturas rupestres y que aún tienen aplicación porque su utilización nos permite conectar con los resortes psicológicos que mueven al lector a sumergirse en la historia, y aprender su manejo es la razón de esta sección. Y a su estudio pormenorizado y a su desarrollo y aplicación dedicaremos los siguientes artículos.

1 comentario:

Isabel dijo...

Muy bien expuesto Frida y muy interesante estos apuntes. Precisamente estoy leyendo a Vladimir y su Morfología del cuento.
Un saludo.